Los
Jacobinos eran miembros de un grupo político de la
Revolución francesa llamado
Club de los Jacobinos, cuya sede se encontraba en París. Republicanos, defensores de la soberanía popular, su visión de la indivisibilidad de la nación les llevará a propugnar un estado centralizado. Se confunden a menudo con el
Terror, en parte debido a la leyenda negra que divulgará la
reacción termidoriana sobre
Robespierre. En el siglo XIX, el jacobinismo será la fuente de inspiración de los partidos republicanos que promovieron la
Segunda y
Tercera Repúblicas Francesas. En la
Francia contemporánea este término se asocia con una concepción centralista de la
República.
Principios
Entrada del Club de los Jacobinos en la calle Saint-Honoré, París. En junio de
1789, unos representantes del
Tercer Estado en la asamblea de los
Estados Generales fundan el "Club bretón", un foro de debate y reflexión en torno a la redacción de los
Cuadernos de quejas (Cahiers de Doléances), y a la preparación de los debates en la asamblea. Su nombre se debe a que los principales promotores del club eran delegados del Parlamento de Bretaña. Una vez constituida la
Asamblea Constituyente, cambiaron su nombre por el de "Société des Amis de la Constitution" (Sociedad de los Amigos de la Constitución), y se instalaron en octubre del mismo año en el Convento de los Jacobinos, un antiguo convento de
dominicos situado en la calle Saint-Honoré de
París. A partir de ese momento, sus oponentes políticos les llamaron "jacobinos", en un principio para ridiculizarles. En 1789, agrupaban a 200 diputados de diversas tendencias, y su primer presidente fue el diputado bretón
Isaac Le Chapelier. En aquella época,
Mirabeau se encontraba entre sus miembros.
Centro de creación de ideas y motor intelectual de las acciones emprendidas por la Revolución, su influencia tenía un alcance nacional gracias a las sociedades afines diseminadas por toda
Francia. La red creada por estos numerosos grupos le dio un enorme poder político. Si en agosto de
1791 existían 152 sociedades provinciales afiliadas, en
1792 eran 2000.
Escisión
Hasta 1791, el Club, al igual que la mayoría de la ciudadanía, estaba a favor de la implantación de una
monarquía constitucional. Pero el intento de
huida de Luis XVI, detenido en Varennes en junio de 1791, truncó muchas esperanzas de poder confiar en un sistema de gobierno monárquico. Aquel acontecimiento dividió a los Jacobinos en dos corrientes enfrentadas. Unos, liderados por
Robespierre, propugnaban la deposición del rey, y el establecimiento de la república. Los otros, seguidores de
Barnave y
Brissot, pensaban que ante la amenaza de guerra con las monarquías extranjeras, era preferible detener la Revolución y lograr un compromiso con las élites del
Antiguo Régimen para mantener la monarquía constitucional. Estos últimos acabaron por abandonar el Club de los Jacobinos para fundar el “Club des Feuillants”, pero la escisión no frenará la expansión de la Sociedad. El 15 de enero de 1793, una vez concluido el juicio de Luís XVI, los Jacobinos influyen de manera decisiva en la votación a favor de la muerte del Rey en la Convención Nacional.
Camino del poder
El ideal republicano de los Jacobinos se afianza a partir de ese momento. En septiembre de
1792, el Club cambia su nombre por el de “Société des Jacobins amis de la liberté et de l'égalité” (Sociedad de los Jacobinos Amigos de la Libertad y de la Igualdad). Hasta entonces compuesto exclusivamente de intelectuales burgueses, decide abrir sus filas a las clases populares que, aparte de servirle de apoyo táctico, constituyen el fundamento de su ideología. Robespierre, apoyado por
Georges Danton,
Jean-Paul Marat,
Camille Desmoulins y
Louis de Saint-Just, toma las riendas del movimiento que se lanza en una política de oposición a los
girondinos, en mayoría en la Convención Nacional, y siendo muchos de ellos antiguos Jacobinos. La
Gironda cae en junio de
1793, bajo la acción violenta de los
Hebertistas o “Exagerados”, el ala extremista de la
Montaña, dejando el camino libre a los Jacobinos en el seno de la Convención. El poder jacobino se extiende a los “comités”, órganos ejecutivos del gobierno revolucionario montañés (buena parte de los diputados y gobernantes montañeses eran Jacobinos). Los miembros del
Comité de Salvación Pública y del
Comité de Seguridad General eran en su mayoría Jacobinos en 1793.
La Convención montañesa y el Terror
El Comité de Salvación Pública en 1793. Los montañeses jacobinos gobernaron desde junio de
1793 hasta julio de
1794, imponiendo el
Reinado del Terror y haciendo uso de su poder en el
Comité de Salvación Pública, para reprimir toda oposición al gobierno con una violencia implacable. El Terror se instauró en un principio para salvaguardar la República amenazada por la guerra civil contra revolucionaria, y por la guerra que las monarquías extranjeras mantenían en las fronteras del país. Si bien hubo una relativa unanimidad entre los Jacobinos en sus principios, sus divergencias se fueron agudizando a partir del segundo semestre de 1793.
Por un lado, los Hebertistas -un movimiento heterogéneo y sólo parcialmente jacobino-, intentaban radicalizar la Convención, y controlaban la Comuna, el gobierno local de París. Viéndose desbordados por su izquierda, Robespierre y Saint-Just consiguieron del tribunal revolucionario la detención y ejecución de su cabeza más visible,
Jacques-René Hébert, así como de algunos de sus seguidores, en marzo de 1794.
En el mismo tiempo
Danton, que había declarado la guerra a
Inglaterra y
Holanda en febrero de 1793 y había reclamado entonces la anexión de
Bélgica, había evolucionado hacia posturas negociadoras con el enemigo y con la
aristocracia francesa para lograr la paz y detener la guerra. Por ello, sus seguidores eran llamados Indulgentes. Cuando a principios de
1794 intentó además detener los desbordamientos de la represión “terrorista”, los dirigentes de tendencia Hebertista del Comité de Salvación Pública le arrestaron y le ejecutaron junto con
Camille Desmoulins, sin que Robespierre pudiese impedirlo.
Una vez los dantonistas eliminados en marzo-abril de 1794, la dictadura de los Comités se intensificó dando comienzo a lo que se suele llamar “el Gran Terror”. Aunque Robespierre siguiera defendiendo la necesidad del Terror en la Convención, aparecía cada vez más como un moderado incapaz de frenar la deriva criminal de los Comités liderados por
Collot d’Herbois,
Barère de Vieuzac y
Billaud-Varenne.
Aun así, en junio de 1794 Robespierre consiguió la expulsión del club de
Joseph Fouché, por entonces todavía un radical ateo, que en abril había sido elegido, para escándalo de Robespierre, Presidente de los Jacobinos; la venganza política subsiguiente contra Fouché, a quien detestaba tanto en el ámbito privado –había rechazado la mano de su hermana– como en el público –le consideraba responsable de las masacres de Lyon–, condujo a la conspiración que abriría el paso a la reacción termidoriana. Aislado dentro del gobierno, la denuncia por parte de Robespierre de los excesos y de la corrupción del Terror desde la tribuna de la Convención llegará tarde. Los miembros del Comité de Segurida
d General sintiéndose amenazados, se aliaron con los diputados moderados del Pantano prometiéndoles el fin del Terror, y prepararon la caída de Robespierre.
Fin del Club de los Jacobinos
El gobierno de los jacobinistas finaliza con el arresto de Saint-Just y Robespierre, el 9 de termidor (27 de julio) 1794. Al día siguiente, son guillotinados junto con 20 seguidores. Se calcula que en los días siguientes, unos 80 diputados jacobinos son ejecutados. El 12 de noviembre de
1794 la Convención ilegaliza el Club de los Jacobinos y lo cierra. Reabre poco después, una vez eliminados los principales sospechosos de “robespierrismo”. El revanchismo tanto de las antiguas víctimas del Terror como de los monárquicos y de los fanáticos católicos se ceba entonces en cualquiera que se pareciera a un Jacobino: es el llamado “Terror blanco”. Después de los intentos de resurgimiento jacobino de germinal y prairial del año III (abril y mayo de
1795), el Club fue clausurado definitivamente por orden de
Joseph Fouché, ministro de Policía, y antiguo miembro del gobierno del Terror. Tras el cierre, los jacobinos activos se reorganizaron a través de nuevos clubs, como el
Club del Panteón o el
Club de la Sala de Equitación, desde la que lideraron la oposición al
Directorio hasta el
golpe de Estado napoleónico
El jacobinismo en la Revolución francesa
Teoría política
La
democracia que propugnaban los Jacobinos era heredera directa del modelo de democracia de
Jean Jacques Rousseau, en su aspecto comunitarista y creador del concepto de ciudadano. De las teorías de Rousseau expuestas en
El contrato social, comparten la idea según la cual la
soberanía reside en el pueblo y no en un dirigente o un cuerpo gobernante. También comparten la noción de
voluntad general, que no es la suma de las voluntades individuales sino que procede del
interés común. Esta primacía del bien común sobre los intereses particulares llevaron a algunos analistas como el historiador
Jules Michelet, a reprochar tanto a Rousseau como más tarde a los Jacobinos que favorecieran la aparición de regímenes totalitarios.
El reparo rousseauniano ante el sistema representativo no era, sin embargo, compartido en su integridad por los Jacobinos, quienes, a pesar de desconfiar de dicho sistema (no sólo en su vertiente censitaria liberal-burguesa, que ligaba los derechos políticos y el voto a la posesión de propiedades, sino también en su vertiente democrática), lo consideraban un mal menor imprescindible, dada la imposibilidad técnica de que la nación en su conjunto expresara de forma directa su voluntad.
De acuerdo con estos conceptos, el jacobinismo desarrolló su propio modelo de representación política. Según éste, los parlamentarios habían de ser constantemente vigilados y coaccionados por el poder popular (organizaciones de corte jacobino como los clubes, las sociedades o las fuerzas armadas populares) para evitar desviaciones en un sentido contrario a la revolución. Así, al poder del parlamento, se oponía el poder popular, el poder de la calle, lo que en la práctica llevó al surgimiento de un doble poder: uno emanado del parlamento, que era depositario de la soberanía nacional, y otro de carácter físico y coactivo encarnado por los activistas del ala extremista de los Jacobinos. Esta dicotomía llevó a una cierta contradicción entre el concepto de representación política y el activismo callejero, encarnado por los
Sans culottes, mediante el que ciertos activistas que representaban a una parte de la población podían subyugar la voluntad popular mediante la coacción.
Para los Jacobinos, el Estado es el valedor del bien común. Por lo tanto, es fundamental la obediencia a la Constitución y a las leyes. De ahí nace un alto grado de patriotismo y la exaltación de la nación concebida como una unidad indivisible. Sobre este punto, se opusieron a los Girondinos y tendieron a centralizar la organización del país para su defensa. El culto a la Patria se confunde con el culto a la libertad, a la que hay que defender si es atacada. "La República Francesa no trata con el enemigo sobre su territorio" fue un famoso lema jacobinista.
Se trataba de poner en práctica los principios enumerados en la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano y sintetizados en el lema Libertad-Igualdad (el concepto de Fraternidad aparecerá en 1848). Para ello, amplían el papel del ciudadano al que incitan a que participe activamente en la vida política. En 1789, proclaman las libertades civiles, la libertad de prensa y la libertad de conciencia. La censura es suprimida en 1791. Por primera vez en la historia de Francia, adoptan el sufragio universal (aunque fuese sólo masculino) para las elecciones a la Convención Nacional de septiembre de 1792.
Para que los ciudadanos puedan ser libres e iguales, defienden el valor de la escuela pública republicana, y en 1793 instauran la obligatoriedad de la enseñanza primaria. En 1794, votan la abolición de la esclavitud
La difícil práctica jacobina
Los Jacobinos estuvieron siempre en la vanguardia política de la Revolución desde 1789 y gobernaron de 1792 a 1794. A partir de 1793, la presión de los acontecimientos hizo que buena parte de sus actos llegase a entrar en contradicción con su doctrina. Al ser ésta eminentemente pragmática, evolucionó en función de la situación del momento hasta llegar a ser desvirtuada por la acción dictatorial de un puñado de hombres.
Los Jacobinos respetaban la propiedad privada y obraron para que las clases populares pudieran tener acceso a ella. Al mismo tiempo, condenaron a los grandes terratenientes tradicionales, como la nobleza y la Iglesia, principales exponentes del feudalismo del Antiguo Régimen. Sin embargo, no lograrán la deseada repartición de los bienes nacionales.
[1]
Defendían la libertad del comercio, pero las penurias que se venían arrastrando desde los últimos años del
Antiguo Régimen y el estado de guerra les llevaron a aumentar la fiscalidad y a imponer el
dirigismo económico. Reforzaron también el
centralismo ya existente bajo la monarquía, por medio de los representantes del gobierno en los departamentos, considerando necesaria la dictadura parisina, tanto económica como política, para salvar la nación. Esas contradicciones aparentes contribuyeron en parte a la caída de los Jacobinos.
[2]
Con su política de oposición del poder popular al sistema representativo, los Jacobinos llegaron a acabar con 60 diputados girondinos de la Asamblea. Las hostilidades hacia dicho sistema lo hicieron tambalearse hasta el punto de entrar en crisis. Las técnicas jacobinas de coacción y liquidación de la oposición llevaron a ciertos votantes moderados de la Convención a inhibirse a la hora de depositar su voto.
Algunos historiadores reconocen a los Jacobinos el mérito de haber sentado las bases del republicanismo, que por primera vez fuese el Estado que se hiciera cargo de la acción social, y que el país saliese victorioso de las guerras en sus fronteras. Por otro lado, consideran que si fueron radicales comparándolos con los Girondinos, fueron moderados comparados con los Hebertistas y los Enragés.
Otros autores pasan por alto el legado jacobino y sólo toman en cuenta sus prácticas inquisitoriales y sus métodos de depuración para cualquiera que se alejase de la ortodoxia, limitando así el jacobinismo al periodo del Terror
El jacobinismo del siglo XIX al siglo XX
Este enfrentamiento es patente a lo largo de todo el siglo XIX francés, en el que predomina el miedo a la dictadura jacobina y a los "rojos" no sólo por parte de los dirigentes monárquicos y conservadores, sino también de los liberales como
François Guizot y
Adolphe Thiers.
Para los republicanos del siglo XIX, la herencia jacobina asociada a la herencia de la Revolución francesa sigue muy viva. El libro
La conjuración de los iguales, escrito en 1828 por
Filippo Buonarroti, amigo de
Gracchus Babeuf, tendrá una gran resonancia entre los republicanos como
François Vincent Raspail,
Auguste Blanqui y
Louis Blanc. El jacobinismo está presente en la
revolución de 1830, en la
segunda república de
1848 y en la
Comuna de París de
1871.
En la Asamblea Constituyente de 1848, los debates acalorados entre
Alexis de Tocqueville, que se limitaba a la herencia de 1789, y
Alexandre Ledru-Rollin, que defendía de igual manera el jacobinismo de 1793, reflejaban una oposición que iba a permanecer vigente hasta el siglo XX. El 29 de enero de 1891,
Georges Clemenceau incorporó el jacobinismo al patrimonio ideológico de la
Tercera República declarando en un discurso en la Asamblea Nacional que "La Revolución (Francesa) es un bloque del que nada se puede restar". Políticos del siglo XX como
Jean Jaurès,
Charles de Gaulle,
Pierre Mendès-France y más recientemente el socialista
Jean-Pierre Chevènement[3] han reivindicado la defensa de los ideales jacobinos.